Una enseñanza sólida para nuestros niños

Líderes de Niños Padres


La enseñanza de la Palabra de Dios es uno de los ministerios encargados a la Iglesia de acuerdo con Efesios 4.11-12: “Y Él mismo concedió a unos ser apóstoles y a otros profetas, a otros anunciar el Evangelio y a otros ser pastores y maestros. Así preparó a los del pueblo santo para un trabajo de servicio, para la edificación del cuerpo de Cristo” (DHH).

Una buena construcción debe ser sólida, con bases firmes y, a su vez, acogedora, funcional, es decir, servir al propósito por el que fue diseñada. En el edificio de la Iglesia, cada uno de nosotros es un ladrillo. Si ese ladrillo fue amasado con los materiales adecuados, moldeado en la forma precisa y cocido en el tiempo necesario, seguramente, podrá cumplir su propósito y soportar solidariamente el peso de la estructura junto a otros. Pero si a ese ladrillo le faltara algún ingrediente, o hubiera sido puesto en un molde muy grande o pequeño para él, o si hubiese tenido mayor o menor tiempo de cocción que el que precisaba, probablemente sufra de grietas, o no se adecúe apropiadamente al lugar que le tocó. Cada una de estas condiciones para la formación (ingredientes, molde, tiempo de cocción) son necesarias para que el ladrillo sea bueno.

Lo mismo aplica para la enseñanza de la Palabra de Dios. Para que sea sólida, firme y servir a su propósito, la educación cristiana debe afectar la vida completa del creyente: debe impactar en su conocimiento (área intelectual, del saber), en su vida cotidiana (área práctica, del hacer) y en sus actitudes y valores (área espiritual, del ser). Si faltase alguna de estas áreas o estuvieran desbalanceadas, el crecimiento de esa persona estaría desequilibrado y afectaría su potencial y propósito dentro de la Iglesia.

Toda construcción requiere planificación, tiempo, esfuerzo y recursos. Debemos ser intencionales en buscar los métodos que mejor se adapten a las necesidades intelectuales, prácticas y espirituales de los niños según su edad; su desarrollo madurativo, emocional e intelectual; su contexto sociofamiliar. Empleemos estrategias variadas para presentar la Escritura e impactar su intelecto: videos, imágenes, experimentos, cuentos, exploraciones del entorno, desafíos matemáticos y de palabras, ¡hasta recetas de cocina y artesanías! Todo puede servir para exponer el tema bíblico de manera interesante, atraer su atención e imprimir una huella en su saber.

Alimentemos el espíritu de los pequeños, planifiquemos momentos y espacios especiales de manera creativa: podemos tener un rincón de oración acondicionado cálidamente y destinado a pasar tiempo con Dios. Organicemos jornadas de alabanza y adoración con música y arte para ellos. Enseñémosles sobre el ayuno y las ofrendas con los recursos que puedan aportar. Generemos el hábito del arrepentimiento y la confesión de pecados como modo de vida que los mantenga en santidad. Es un error pensar que estas disciplinas son para adultos. Los niños son muy sensibles a la vida espiritual. Solo tenemos que planificar estos hábitos adaptándolos a sus tiempos y características.

El área práctica debe ser puesta en obra; motivemos a los niños a vivir la Palabra del Señor todos los días. Ideemos junto a ellos maneras concretas de aplicar la Verdad en su cotidianeidad: desarrollemos en ellos la mirada atenta y empática a las necesidades con el fin de servir en la Iglesia, en sus casas, en la escuela, en el barrio. Pensemos e instruyamos formas creativas y originales de compartir a Jesús. Fortalezcamos a los pequeños para que puedan decir “no” cuando enfrenten tentaciones y que puedan descansar en Jesús en los momentos de miedo, tristeza, frustración.

Aprendemos a través de los sentidos, del hacer y del pensar. Hasta que lleguemos a la presencia del Señor, estamos en permanente formación y crecimiento de nuestra fe. Tenemos la oportunidad de formar a los niños en su vida cristiana de manera integral. ¡Hagámoslo para edificar el cuerpo de Cristo con excelencia!

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