En medio de una sociedad tan cambiante, en la cual el deterioro y la falta de principios fundamentales para la vida parecen alejarse cada vez más de la práctica diaria, nos hacemos muchas preguntas. Los retos y las demandas para vivir y criar en estos tiempos nos desafían. Las preguntas que pudieran rondar los pensamientos de muchos padres pudieran ser: ¿cómo voy a criar a mis hijos en un mundo como este?, ¿tendré las herramientas suficientes?, ¿tendré la capacidad para ello? La repuesta a estas preguntas nos la da el libro que, hasta el día de hoy, ha demostrado su veracidad, utilidad y poder para la instrucción, la corrección y la dirección. Este libro es la Biblia.
En este tiempo, como nunca, el desafío a los principios establecidos en ella nos permite validar que su contenido es inequívoco. Dios establece un orden y el hombre seducido por la maldad y la rebelión se opone a seguirlo. ¿No es esto lo que desde el principio de la creación hemos visto?
Así pues, Dios estableció el orden por lo que la familia no quedó al margen de ello. El Salmo 127 es un hermoso ejemplo de lo establecido, ya que, claramente, indica que, si Jehová no edifica la casa, en vano, trabajan los edificadores. Es un salmo que nos habla de fundamento, estructura y seguridad. Si nos detenemos a observar los principios de una construcción, tenemos que reconocer que esta requiere planeación. Es decir, para levantar cualquier edificación, esto es necesario.
El fundamento es definido como el principio o cimiento sobre el que se apoya y se desarrolla una cosa; es considerado como una base literal y como material de una construcción o del sustento simbólico de algo. Con esto en mente, el arquitecto por
excelencia planeó la familia, una que estuviera cimentada en la roca, una que tuviera como su fundamento a Cristo, una en la que sus principios y sus ordenanzas fueran la guía diaria para todos los integrantes de los cuales nuestros hijos son parte. En ese mismo salmo, los hijos son considerados de tres formas: herencia, estima y saetas.
¡Una herencia! ¿Quién no considera esta palabra como una de gran valor? Posiblemente, al escuchar que hemos recibido una herencia, nuestros pensamientos inmediatos se ubican en la consideración de que nos han dejado dinero y bienes materiales. Sin embargo, el concepto, en su definición más amplia, no solo incluye los bienes materiales en su totalidad, sino que también es el conjunto de bienes, derechos y obligaciones que son trasmitidos a quien los recibe. Entonces, el derecho a ella también nos hace responsables de administrarla cumpliendo con las obligaciones que esta requiere.
Una herencia debe ser asumida con responsabilidad y nuestros hijos llamados por Dios de esa manera la merecen. Nos entregaron un manual hermoso con las indicaciones necesarias para ejecutar; por un momento, piensa y considera: si somos los responsables de administrar con sabiduría la herencia de Dios, ¿cómo lo estamos haciendo?; ¿a nuestra manera?; ¿a la manera como la sociedad lo indica?; ¿o a la manera como su santa Palabra nos requiere? No podemos tomar en poco lo que Dios ha llamado cosa de estima.
Cosa de estima es el fruto del vientre. Nuestros hijos son estimados por Dios, y esto no es liviano. Cuando estimamos algo lo consideramos, le damos valía e importancia. Es la misma consideración que el Señor tiene por aquellos que son llamados sus hijos. Lo que hemos recibido de Dios debe apreciarse. Nuevamente, reflexionemos: ¿cuánto estimamos a nuestros hijos?; ¿valoramos cada día el privilegio de tenerlos?; ¿consideramos sus necesidades emocionales, físicas y espirituales?; ¿los tratamos con respeto y amor? O… ¿no tenemos tiempo para ellos?; ¿nuestras agendas y trabajos no nos permiten disfrutarlos?; ¿hemos delegado en otros su cuidado?; ¿somos participes de lo que en su vida es importante?; ¿los escuchamos o solo dictamos instrucciones porque el tiempo no nos permite hacer otra cosa? Las respuestas a estas preguntas pueden darnos una idea de cuánto estimamos el fruto del vientre que Dios nos ha dado por herencia.
Entonces ¿qué hacer para ser efectivos como padres? El mismo salmo muestra de qué manera; los describe como saetas en mano del valiente. Aquí está el detalle: una saeta es un arma de guerra con una punta en un extremo para ser arrojada contra un blanco. En el extremo contrario a la punta cuenta con plumas para que una vez sea arrojada, esta pueda mantener la dirección. Interesantemente, según se emplume la saeta, determinará, en parte, su trayectoria. Nuestra herencia estimada por Dios es depositada en la mano del valiente para que le dé dirección y acierte en el blanco. ¿Quién es el valiente? La respuesta es simple, tú y yo; hombres y mujeres que hemos aceptado la herencia, las obligaciones y la responsabilidad a pesar de las exigencias, los cambios y el deterioro de la sociedad en la que vivimos. Tú y yo, que nos atrevemos a criar en este tiempo.
La Palabra de Dios, que es nuestro manual de vida, recoge la experiencia en la que Moisés se encargó de recordarle al pueblo de Israel su responsabilidad delante de Jehová. En Deuteronomio 6: 6-9 (RV 60) se recoge dicha instrucción: “Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las escribirás en los postes de tu casa y en tus puertas”.
Mientras esta herencia esté en nuestras manos, debe ser cuidada, enseñada, instruida y corregida en la verdad de la Palabra de Dios para que acierte en el blanco. Esa es la forma de preparar nuestras saetas con palabra, pero muy importante, también con ejemplo. Sus plumas serán colocadas de tal manera, que toda la enseñanza recibida de esa forma determinará la estabilidad de su vuelo. Nuestra finalidad es que sean hombres y mujeres de bien, enteramente preparados para toda buena obra. No debemos temer enseñar lo correcto. Hagámoslo con amor, respeto y, justamente, porque así, cuando salgan de nuestras manos llevarán dirección firme, definida y constante. Tendremos paz, porque en la trayectoria hacia el blanco nada los desviará. Ellos acertarán y nosotros podremos decir con regocijo y satisfacción que instruimos a nuestros hijos en el camino de su vida por lo cual confiamos en que nunca se apartarán de él.
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