El sello exclusivo de cada niño y niña

Líderes de Niños

Todas las piezas de ropa que compramos, usualmente, tienen dos etiquetas o pedacitos de tela adherido en cada prenda de vestir. Un pedacito dice el tamaño, tipo de tela y como tratar o mantenerla, ya sea que diga, “lavado a mano” o “planchar a baja temperatura”. El otro pedacito de tela dice “hecho en América, Colombia o Taiwán” o creado por “Oscar de la Renta” o algún diseñador famoso. Como consumidores, le prestamos atención a estos sellos creativos de la ropa y, según esas etiquetas, le damos el trato especial o no.

Esos dos pedacitos de tela no se ven, pues quedan en el interior de la pieza de ropa, pero usted sabe que esas dos etiquetas son un sello o marca exclusiva de ese vestido o pantalón que compró. ¿Ha pensado en los niños que vienen a la iglesia y se reúnen con usted en el salón de clase? ¿Sabe que también tienen unos sellos de exclusividad? Sin embargo, a veces les ponemos en el exterior las etiquetas erróneas como “el niño molestoso” “el piojoso lleno de mugre” “el problemático”. Esas no son las etiquetas correctas, mire en el interior de cada niño y verá cómo el diseñador divino ha etiquetado a cada uno de ellos. Nada parecido a lo que usted pensó sobre ellos.

Por estar incorrectamente etiquetado no tenemos paciencia con ellos y hasta hay quien ora para que no asista a la clase a escuchar la lección aquel que le desafía, porque sabe que no todo va a ser perfecto como usted quiere. Se le quita el valor que tienen para el reino de Dios. Estas actitudes distorsionan nuestro llamado a ministrar a los niños y nos quita confiar en el tiempo de Dios para que ministre a los tiernos corazones. Somos culpables ante Dios y necesitamos alinearnos, permanecer centrados en su voluntad y rectificar nuestro proceder. Estamos procediendo de la misma manera que actuaron los discípulos de Jesús, impidiendo que los niños lleguen a Jesús con nuestros prejuicios o ideas concebidas (Mateo, 19:14 RV60).

Hubert Morris dice en su libro, Lo suficientemente valiente para creer, lo siguiente: “Cuando buscamos la autopreservación en lugar de la entrega total, sofocamos nuestro crecimiento espiritual y minimizamos nuestro impacto para el reino de Dios”. Eso es exactamente lo que hemos hecho con nuestro actuar. Estamos entorpeciendo la obra que Dios quiere hacer en cada niño. A veces, queremos estar cómodos, que nada interrumpa la fabulosa lección que hemos preparado, que los niños sean bien educados, tranquilos y cooperadores, para que todo fluya perfecto. Pero Dios en la misión divina que nos ha encomendado nos reta con unos alumnos que necesitan más atención y cuidado amoroso para probar nuestro llamado.

Cada niño tiene un sello divino. Si nos tomamos el tiempo de observar con cuidado, veremos las etiquetas que lleva. Dicen: “Creado por el diseñador más famoso, DIOS.” “Trate con amor y paciencia”, “Es exclusivo y único. No hay otro igual”.

Ya no lo vemos como “el molestoso, el piojoso y problemático”. La perspectiva ya es otra. Ese niño, niña o juvenil se convierte en alguien valioso. Necesita de nosotros. El Espíritu Santo nos cambia el lente, entonces, nos damos cuenta de que cada uno de ellos merece ser tratado de la misma manera que Jesús trato e invitó a los niños a que se acercaran a Él.

Sí, no cabe duda, no son fáciles de ministrar, estos niños son un desafío a cualquier maestro o líder. Debemos comenzar por cambiar las etiquetas erróneas que llevan los niños, para mostrar a otros lo exclusivo, apreciable y único que son. Cuando amamos y nos sometemos a la obediencia de la Palabra de Dios, entonces, incluimos con gozo y le damos valor al molestoso, al piojoso, revoltoso y problemático. Otros seguirán nuestro ejemplo, pues estaremos valorando sus vidas y procurando con alegría que conozcan a Jesús y sepan que son creación divina y muy amados.

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