¿Dónde están los creyentes con autismo?

Líderes de Niños

Mira alrededor de tu iglesia, ¿cómo está representada la comunidad autista? ¿Incluídos? ¿Cuántos puedes ver activamente involucrados en tu iglesia? ¿Tienes un amigo autista? ¿Y a tus hijos qué les estás enseñando sobre inclusión, amando a los más pequeños de estos?

Hoy, 1 de cada 44 niños tiene autismo en los EE. UU. La percepción de que el autismo es una condición infantil sí es parte del problema; estos niños crecen y se hacen adultos, pero llevarán sus vidas en las sombras por la falta de conciencia e inclusión. Hace 20 años, este número era 1 en 150; ciertamente no están desapareciendo, entonces, ¿por qué no los vemos como parte de nuestra comunidad, especialmente nuestra comunidad de fe?

“Creo que Dios tiene un plan para cada persona que puso en esta tierra. Quiero que la gente vea que un niño con autismo es un regalo, no alguien que es menos que el resto, defectuoso o dañado”. Cuando miré alrededor de mi propio lugar de culto un día me pregunté dónde estaban las personas con discapacidades. Soy madre de un adulto autista de 23 años; es independiente, terminó la escuela, trabaja, maneja, pero se encuentra luchando por hacer amigos y sentirse parte de nuestra congregación. De niño, pudo gestionar los servicios, pero a medida que crecía, la transición al servicio juvenil fue difícil, porque sus habilidades de comunicación y su ansiedad por sentirse aceptado dificultaron la socialización con sus compañeros.

La mayoría de los adultos autistas luchan por tener relaciones significativas debido al hecho de que, a menudo, son malinterpretados o percibidos como personas que no puede entender lo que está sucediendo. Además de lo anterior, combina eso con grupos pequeños de la iglesia dirigidos por adultos jóvenes que carecen de capacitación sobre cómo incluir a una persona autista en un grupo y que a esa edad la mayoría de ellos están luchando por sí mismos, pues quieren pertenecer y sentir que son parte de la multitud general y ahí es cuando la mayoría de los autistas quedan fuera.

Comencé a hablar con padres de hijos con autismo o con una discapacidad, lo que trajo que durante los últimos 17 años, haya abierto una sala para mujeres que se sentían excluídas o solas, incluso si pertenecían a una congregación diferente, pues todas se sentían de la misma manera. Imagínate si para estas mujeres era difícil, qué difícil es para una persona autista o una familia con un niño autista sentirse acogida e incluida. He llevado a más de 1500 mujeres a encontrar su propósito. Entre ellas casi la mitad tienen un hijo autista y la mayoría de ellas no iban a la iglesia porque sentían que esta no era un lugar acogedor para sus hijos autistas.

Esto también es cierto para su hermana Verónica, quien tiene un hijo con autismo y no puede ir a la iglesia, ya que los maestros de la escuela dominical no saben cómo tratar con él. A menudo, se sentaba en un pasillo escuchando el sermón, pero no había con quien hablar, hasta que finalmente decidió no volver.

En un estudio en el que se encuestó a 416 padres mostró que habían cambiado su lugar de culto debido a la falta de inclusión o bienvenida, y el 46 % se abstuvo de participar en una actividad porque su hijo no fue incluído o bienvenido. Esos números no me sorprendieron. Inmediatamente, se vio la necesidad de que para que una ciudad sea llamada “amigable” debe incluir Casas de Adoración, así, se fundó la iniciativa “Vasijas de Gracia”. “Te basta mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, con mucho gusto haré alarde de mis debilidades, para que el poder de Cristo permanezca sobre mí” (2 Cor. 12:9 NVI). Una ciudad no puede llamarse amigable o inclusiva si esa comunidad no incluye a su población más vulnerable y discriminada; aquellos que tienen tanta necesidad de la gracia de Dios y del amor de Dios, para ellos es muy difícil encontrar un amigo o amiga. Todo lo anterior hizo que me enfocara en el lugar más seguro donde ellos pueden encontrar ese amigo: las iglesias.

Por otra parte, en estudio realizado por el Dr. Ault mostró que “Los padres pueden sentirse particularmente molestos si no se sienten bienvenidos en un lugar de culto porque esperan un mayor nivel de aceptación allí que en el resto del mundo. Algunos usaron palabras ‘incendiarias’ como lamentable, traición y vergüenza para describir las malas experiencias en sus lugares de culto”.

Un ejemplo de esto es un padre que consideró cambiar su religión por completo, no solo su lugar de culto, después de que muy pocos miembros de su congregación asistieron a una ceremonia religiosa que involucraba a su hijo con discapacidad. Un estudio diferente de 58 padres de niños con discapacidades arrojó resultados similares. En general, los padres calificaron la participación y el apoyo de sus hijos en sus comunidades religiosas como “positivos e importantes”. Al mismo tiempo, más de dos tercios reportaron, al menos, una experiencia negativa y más de la mitad habían sido excluidos de las actividades, según una investigación de la Universidad Towson, de la profesora universitaria Elizabeth E. O’Hanlon Ph.D.

La Ley de Estadounidenses con Discapacidades, la histórica ley de 1990 que exige que los lugares sean accesibles para las personas con discapacidades, no se aplica a las organizaciones religiosas, en la mayoría de los casos. Los grupos religiosos no tienen que proporcionar rampas para sillas de ruedas ni ascensores, aunque muchos lo hacen de todos modos. Dada esa exención, ¿es probable que se centren en modificar el currículo o los materiales impresos? La mayoría de los padres en el estudio del Dr. Ault dijeron que sus congregaciones no tenían apoyo para incluir a sus hijos o materiales religiosos especiales para ellos. Se esperaba que más de la mitad se quedara con su hijo para que él o ella participara. Otros padres, sin embargo, reportaron buenas experiencias. Algunas congregaciones proporcionaron asistentes o compañeros de la misma edad para ayudar a los miembros con discapacidades, o tenían apoyos para que los niños con necesidades especiales pudieran ser incluidos en las clases de religión.

Tenemos un largo camino por recorrer en la inclusión, pero creo que el amor y la empatía crearán un camino a través de nuestro propio compromiso para hacer que estas familias y adultos autistas se sientan amados y bienvenidos.

¿Cómo? Hazte, amigo y mentor de una persona con autismo. Incluye en tus reuniones sociales a una familia que haya tenido un hijo con autismo. Pero, lo más importante, enséñales a tus hijos a ser pacientes y comprensivos con las diferencias de otros niños y a vivirlas tal como son.

 

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