Cuando pensamos en el ministerio a los niños en nuestras iglesias, debemos revisar nuestras creencias fundamentales, así como las metas y los métodos que usamos en la formación de la fe de ellos. En este sentido, la gran pregunta que surge es: ¿Cómo miramos o consideramos a los niños en nuestro ministerio?
En mis conversaciones con miles de líderes, he percibido que muchos ven a los niños como unos objetos. Es decir, los ven como un balde vacío que necesita llenarse, o como una hoja en blanco donde debemos escribir. Otros los ven como un trozo de arcilla que debemos moldear a la imagen de lo que el adulto cree que debería ser un cristiano.
¿Y si nos equivocáramos? ¿Y si el balde ya estuviera lleno, la historia del niño ya estuviera siendo escrita y la pieza de arcilla ya estuviera siendo formada? Por ello, debemos considerar la posibilidad de que cuando los niños vienen a nuestro ministerio en la iglesia, ya tienen una idea acerca de Dios.
Recordemos este pasaje en Salmos 139:13-14, “Tú, Señor, diste forma a mis entrañas; ¡tú me formaste en el vientre de mi madre! Te alabo porque tus obras son formidables, porque todo lo que haces es maravilloso. ¡De esto estoy plenamente convencido!” (RVC). Cuando consideramos cómo son los niños espiritualmente, nos damos cuenta de que son seres espirituales y tienen una capacidad natural de percepción, imaginación, comprensión y de sentir, con lo cual se hace evidente que Dios está lleno de misterio, maravilla y asombro.
Cuando entendemos que los niños ya pueden tener una sensibilidad acerca de Dios y que Él ya se está acercando a los niños, cambia la forma como hacemos el ministerio. El reverendo Dr. John H.
Westerhoff comprendió esto y lo describió así: “Los niños tienen un conocimiento de Dios antes de conceptualizarlo”. Por ello, en 1976, él desarrolló un estudio sobre lo que podrían ser tres modelos de educación cristiana y escribió el libro ¿Tendrán fe nuestros hijos?, el cual ha transcendido con el tiempo, tanto así que ha vuelto a salir a la luz en los últimos años. En este libro (casi 50 años atrás) presentó tres modelos de educación cristiana.
- Considera al niño como una pieza de materia prima que debe ser moldeada por el padre o el maestro. Se basa en la edad o etapa cronológica. Su objetivo es buscar o lograr que cada niño pueda incorporarse al diseño del adulto, con el objeto de ayudarlo a crecer hasta la edad adulta.
- Utiliza la metáfora de un invernadero. Etapa de desarrollo, etapa cognitiva, proceso de maduración desde etapas inferiores a superiores. En este segundo modelo, se considera al niño como una semilla que el maestro o padre debe cuidar hasta que crezca naturalmente. De igual manera, busca cuidar la fe del niño para que madure en el futuro.
- El tercer modelo es el del peregrino, que ve a las personas en relaciones. El niño o niña como un peregrino, con el maestro o el padre como coperegrinos. Un proceso de camino compartido en el tiempo.
Quienes hemos estado en el discipulado de niños conocemos los dos primeros modelos. Pero aprender sobre el modelo del peregrino es alentador y desafiante. Es crucial que recordemos que el Espíritu Santo obra en los niños y que Dios interactúa con el espíritu de cada uno de ellos. Con este modelo, se nos invita a considerar que el ministerio no debe reducirse solo a programas, sino también a la práctica de la vida en comunidad.
La invitación para todos nosotros es ser compañeros dispuestos y atentos de los niños. Cuando les prestamos atención, los acompañamos y apoyamos en su camino y asistimos donde se encuentran, con aceptación y aliento, para ayudarlos a abrirse a una relación con Dios para toda la vida. Cuando recibimos a los niños como peregrinos, prestamos atención a la acción del Espíritu Santo en sus vidas a través de sus experiencias de asombro, belleza y amor. Al hacerlo, debemos prestar atención a nuestra propia formación espiritual y a la obra interior del Espíritu Santo en nuestras vidas. Así, aprenderemos a ser un amigo y compañero que escucha a los niños en este camino que llamamos vida.
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