Como padres, uno de los primeros sentimientos que surge tan pronto tomas esa nueva y delicada criatura en tus brazos por primera vez es un profundo amor y admiración. De manera súbita, sigue el temor; temor por la responsabilidad tan grande que llega con tan poderosa criatura que apenas comienza su vida. ¿Quién realmente está preparado para tan grande labor? De seguro, yo no lo estaba. El hecho de saber que somos responsables por un tesoro tan grande despierta en nosotros un sentido de protección y valentía. Nos instiga a vivir de manera sabia y prudente, y también a amar con tan profunda emoción y ardor que muchas veces descubrimos cuánto amor realmente podemos experimentar.
Nuestros hijos están diseñados de manera única, pero, a su vez, reflejan y comparten ciertas características nuestras, las cuales, en demasiadas ocasiones nos moldean, forman y enseñan que no somos perfectos ni suficientes. Podemos estar dispuestos a darlo todo por ellos, pero tenemos que reconocer que no tenemos todo lo que ellos van a necesitar. Queremos proveer y poder suplir todas sus necesidades, sin embargo, no somos capaces solos. Por esta razón, tenemos que conectarlos con Aquel quien los creó de manera perfecta para Su propósito y los envió para cumplir Su misión.
Para muchos de nosotros que conocemos de la grandeza del Señor Jesucristo y le seguimos, nuestro mayor deseo debe ser que nuestros hijos tengan ese encuentro y conozcan ese profundo amor transformador que solo se encuentra en Jesús y que confíen en Él como su Señor y Salvador. En ocasiones, este deseo es tan grande que tratamos de tallar una imagen externa en nuestros hijos y podemos descuidar la Palabra de Dios que se talla en el interior de su corazón. Muchas veces, nos conformamos con el hecho de que como familia asistimos a la iglesia y nuestros niños forman parte de la escuela bíblica o servicio de niños; oramos a la hora de cenar o antes de dormir, y hasta podemos ser parte de servicios especiales hacia la comunidad y las misiones. Y créame, todo eso está muy bien, pero no es la esencia.
El problema es que a veces nos ocupamos demasiado con las cosas de la iglesia que nos olvidamos de Dios. Yo, por lo menos, no quiero que mis hijos conozcan de Cristo, sino que conozcan a Cristo, de manera personal e íntima. Una relación directa con el Padre que sí puede suplir todas sus necesidades, aquel que conoce su futuro porque fue quien lo escribió. El gran maestro que les puede enseñar a usar todos esos talentos y habilidades que les entregó desde que los formó. ¡Tenemos que ser intencionales!
Amados, eso no se puede enseñar solo de boca, hay que modelarlo. Nosotros somos el retrato de Jesús en nuestros hogares. Y sí, vamos a cometer errores en el camino, pero cuando los reconocemos y los entregamos a Cristo, Él trabaja en nuestras vidas y cambia nuestras circunstancias, allí se glorifica Dios y se hace presente en la vida y el corazón de nuestros hijos, porque fueron testigo de lo que Dios logró para ellos y su familia.
En Deuteronomio 6:5-9 (DHH), Dios nos pide y reta a amarlo con todo nuestro corazón, nuestra alma y todas nuestras fuerzas; y nos ordena que guardemos Su palabra en nuestro corazón y la repitamos a nuestros hijos en todo momento y condición. La realidad es que para poder lanzar la Palabra de Dios sobre nuestros hijos tiene que estar primero atada a nuestro corazón; ellos solo la van a abrazar cuando vean que nosotros la abrazamos primero y que ha sido nuestro pronto auxilio, en las buenas y en las malas.
Quisiera darle la fórmula perfecta para el éxito, pero no existe; esto se llama fe. Cada día, caer de rodillas en oración para que Dios renueve nuestras mentes y nos revele el diseño de su plan para nuestras familias. Mientras tanto, no podemos garantizar que nuestros hijos crean lo que nosotros creemos ni lo que queremos para ellos, pero sí podemos modelarles lo que significa que nuestros corazones y vidas sean transformadas por el poder del Espíritu Santo. Criar hijos no solo se trata de corregir comportamientos y proveer necesidades básicas.
Para criar hijos que amen a Jesús tenemos que empezar con nosotros mismos; es decir, nuestras acciones, palabras y consejos tienen que ser reflejo de nuestro caminar con Dios. Si el amor de Jesús y el poder del Espíritu Santo es evidente en nuestra vida, nuestros hijos lo alcanzarán y abrazarán.
Te invito a ser parte de la vida espiritual de tus hijos, ellos necesitan a Cristo en sus vidas y tú puedes ser quien les dé el mejor ejemplo, no uno perfecto, pero, definitivamente uno real y saludable. No permitas que otras voces tengan mayor influencia en el crecimiento emocional y espiritual de los tesoros que Dios te ha confiado. No entierres la moneda, invierte y observa cómo Dios la multiplica para su reino y disfruta el viaje.
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