La resiliencia es nadar otra vez después de un atemorizante y frustrante accidente. Es leer en voz alta delante de tus compañeros a pesar de que algunos se rieron de errores que cometiste el día anterior.
La resiliencia es salir de nuevo con otra persona a pesar de que la persona con la que salías antes terminó contigo de mala manera. Es intentar otra vez entrar en un equipo de deporte después que no te escogieron la última vez. La resiliencia es una forma de pensar y un proceso de adaptación adecuado cuando enfrentamos fuentes de estrés significativas. Es una forma de pensar, de sentir y de vivir; por ejemplo, las personas resilientes entienden que los problemas y los desafíos son oportunidades para aprender y madurar.
Así es que viven las personas resilientes. No niegan lo que sucedió, pero no permiten que eso las controle.
La resiliencia en los niños y las cinco identidades
La resiliencia conduce al crecimiento, al progreso y al éxito. En dependencia de los intereses, de las fortalezas y de las debilidades del niño y de tus prioridades, el niño puede desarrollar resiliencia en sus cinco identidades: física, intelectual, social, emocional y espiritual. La resiliencia no es una proposición de todo o nada. Los niños tendrán momentos más fuertes o débiles con esta cualidad de la misma manera que sucede con el resto de sus cualidades.
Por ejemplo, si disfrutas las actividades físicas, es probable que quieras que tus hijos desarrollen resiliencia en ese ámbito. Si no logran entrar al equipo, quieres que lo intenten de nuevo. Puede que tu hija se recupere del fracaso enseguida, pero tal vez tu hijo no. Tal vez sea perfeccionista o tenga miedo. Eso no significa que no puede desarrollar sus habilidades, y tampoco significa que será perfeccionista o miedoso con respecto a todas las cosas. ¿Cómo respondes a sus errores?
La resiliencia intelectual significa que los niños no dudarán en apuntarse al equipo de debate, hacer proyectos adicionales, aunque los profesores les expliquen que eso le pondrá a prueba y pedirte ayuda con una tarea escrita. Recuerda, tus reacciones a sus desafíos y a sus fracasos expandirán o disminuirán sus recursos internos y su apoyo externo.
La resiliencia social es necesaria, pues no quieres que tu hijo se aísle o evada actividades con los amigos y la familia. Hace posible que el niño maneje la burla, los rumores y la crítica mejor que otros. No se sentirá triste por mucho tiempo ni asumirá que todas las personas lo van a tratar mal solo porque unos pocos lo hagan.
El niño que lidia bien con sus sentimientos tiene resiliencia emocional. No tendrá miedo de reír ni de llorar con la gente. La depresión, el estrés y la ansiedad casi nunca lo abrumarán ni durará mucho tiempo. No permitirá que las experiencias o las interacciones negativas lo definan. La resiliencia es una protección fuerte contra las batallas de salud mental.
Si quieres que tu hijo tenga una relación dinámica y creciente con Dios y con la Iglesia, puede que la resiliencia espiritual sea la más importante que debas priorizar. Cuando el niño es resiliente en esta esfera, le da el crédito a Dios, como es debido, por los buenos tiempos y entiende que Él permite los “malos tiempos”. Es más probable que ese niño no se dé por vencido cuando las cosas se pongan difíciles, sino que, por el contrario, aprenda a perseverar en oración.
Además del valor de la resiliencia en estas importantes categorías de la identidad, estos beneficios específicos te animarán a priorizar la crianza de hijos resilientes:
- Conduce al crecimiento y evita el perfeccionismo.
- Conduce a la esperanza y evita la mentalidad de víctima.
- Conduce al aprendizaje y evita el estancamiento y la mediocridad.
- Conduce a la creatividad en la solución de problemas y evita que los niños se den por vencidos.
- Conduce al carácter saludable, lo que incluye la educabilidad y evita la desobediencia. • Conduce a la confianza y evita el temor y la conducta quejosa.
- Conduce a las relaciones saludables, evita el enojo, así como culpar a otros y el orgullo.
- Conduce a la franqueza y la conexión, evita la depresión y la ansiedad a largo plazo.
- Conduce a una dependencia e independencia saludables, y evita la apatía y el aislamiento.
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