Los hijos son, en verdad, una bendición de parte de Dios, son nuestra herencia terrenal y espiritual. Como tales, también son nuestra mayor responsabilidad, antes que cualquier trabajo, ministerio, actividad, el desarrollo y el cuidado de nuestros hijos debe ser prioridad. “Los hijos que tenemos son un regalo de Dios. Los hijos que nos nacen son nuestra recompensa. Los hijos que nos nacen cuando aún somos jóvenes, hacen que nos sintamos seguros, como guerreros bien armados. Quien tiene muchos hijos, bien puede decir que Dios lo ha bendecido” (Salmos 127:4-5 TLA). Dios nos ha dado la oportunidad de crecer como personas, de desarrollarnos como padres y como hombres, formando personas fuertes y firmes que van a hacer lo correcto en sus vidas el día de mañana. No pretendamos que la iglesia se ocupe de nuestros hijos y cumpla el rol que deberíamos tomar nosotros guiando y moldeando sus vidas. Acá está la bendición de Dios, en el futuro y en el presente también. Él nos va a dar las herramientas y nos va a enseñar como trabajar con y en ellos en cada etapa de su desarrollo.
El peso de la presencia
Disciplina fundamental
Aunque parezca contradictorio, los chicos piden a gritos disciplina. ¡Sí! Por más que nos cueste creerlo y que no lo expresen directamente, la necesitan. Dios, por medio de su Palabra, habla de la importancia y la necesidad de disciplinar a los hijos: A los niños hay que corregirlos. “El que no aplica el castigo aborrece a su hijo; el que lo ama, lo corrige a tiempo” (Proverbios 13:24 RVR95). Es importante ubicar la disciplina en un marco de amor y contención. La disciplina no sirve para descargar nuestras broncas o frustraciones con los hijos, aún por su desobediencia. La disciplina debe enfocarse en enderezar sus vidas para que, cuando crezcan, estén en el buen camino y aprendan, por, sobre todo, a obedecer a Dios.
En el caos en que vivimos, los hijos requieren ser disciplinados, y comprender el motivo por el cual se les aplica un castigo como consecuencia de la desobediencia. Debemos tener especial cuidado en que no lo vivan como un castigo injusto, o asociado al miedo, y luego queden resentidos. Debe basarse en sus acciones, no en su persona. Corrijamos la acción sin degradarlos ni humillarlos. Porque cuando se aplica correctamente, da buenos resultados. De lo contrario separa los miembros de una familia donde debiera reinar la confianza y el amor entre unos y otros.
Tenemos un gran desafío de parte de Dios en formar personas obedientes a Su palabra, con emociones sanas, valientes. Varones, nuestros hijos nos necesita más de lo que imaginamos y quieren pasar tiempo con nosotros. No importa la edad, nunca es tarde para fomentar una sólida relación entre padre e hijo. Invertí tiempo en él.
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