En Deuteronomio 6:5-9 el Señor nos encomienda como padres a valorar, guardar, repetir, hablar, poner por obra y enseñar su Palabra a nuestros hijos y a los hijos de sus hijos; al levantarnos, al andar por el camino, al acostarnos, es decir ¡todo el tiempo! Pero ¿cuándo y cómo podemos dedicar el tiempo suficiente para que nuestros hijos crezcan en lo eterno? ¿Cómo podemos discipular de manera práctica y real a nuestros hijos las 24 horas, los 7 días de la semana? Nos preguntamos con total honestidad, ¿cuándo y cómo podemos hacer esto cuando los padres estamos ocupados y atareados en un mundo que corre?
Una peligrosa creencia que, disfrazada de buena, ha delegado y entregado la educación de nuestros propios hijos a los “especialistas” externos a la familia: escuelas, institutos especializados, iglesias, profesionales, etc., mientras que la familia ocupada cumple un rol pasivo y permite que agentes externos a ella instruyan y modelen lo más preciado: la niñez. Es así que, sin darnos cuenta, hemos confiado “a ciegas” la educación para la vida de nuestros hijos a otros.
No se trata de quitarles a nuestros hijos la posibilidad de recibir una buena educación con especialistas o profesionales que los estimulen a desarrollar todo su potencial, sino de preguntarnos si estos agentes externos que permitimos que eduquen hoy a nuestros hijos están lo suficientemente comprometidos para orientar su instrucción hacia las capacidades en las que el niño se destaca y para las cuales Dios lo creó de un modo único y original.
En la actualidad es común ver a familias disfuncionales y desbordadas en lo que a la crianza se refiere, que son convocadas continuamente por agentes externos que les dicen cómo educar a sus hijos. Pero desde la perspectiva de Dios, quienes mejor conocen el carácter, los gustos, las necesidades, las pasiones, las fortalezas y las debilidades de los hijos deberían ser los padres mismos y ser ellos quienes direccionen ese conocimiento para que los especialistas culturales acompañen su desarrollo, y no al revés.
El mejor lugar para que nuestros hijos se desarrollen en los valores del Reino de los Cielos es el ámbito de una familia que teme, ama y sirve al Señor. El desafío es que hagamos de nuestros hogares un lugar propicio para ello. La familia ideal no existe en la vida real, pero sí existe la familia real que vive en un mundo vertiginoso con tiempos de alegría, de tristeza, de logros, de pruebas, etc. Familias reales como la tuya y la mía, desafiadas por Dios para vivir de acuerdo con la calidad de vida de su Reino.
Tips para concretar el sueño de crear ambientes que discipulen:
Nacidos de nuevo para crecer
Guiar a nuestros hijos a los pies de Cristo nos dará la garantía de que el Espíritu Santo comenzará a obrar en y a través de ellos, y dará crecimiento a todo lo que luego sembremos en nuestros hijos. A su vez, confirmar y afirmar su fe desde el seno del hogar nos consolidara en la roca eterna.
Pasar juntos tiempos de celebración y diversión
Pasar tiempo de calidad con nuestros hijos es parte fundamental del discipulado. ¡Participar juntos en actividades significativas que les agraden o desafíen dentro del ámbito del hogar impactará sus vidas de tal forma que amarán vivir en familia porque el caminar con Jesús es celebración también!
Atravesar las tormentas
El desafío que tenemos como padres es invitar a Jesús a nuestra barca y asegurarnos de que, en medio de las tormentas, su presencia esté con nosotro. Así nuestros hijos comenzarán a aprender a confiar en el Señor, por sobre todo, desde la intimidad del hogar y serán impulsados a ejercitar obras de fe propias que los activarán a vivir en lo sobrenatural en el mundo natural.
Herencia y Legado
Tu puedes dejarles a tus hijos herencia, pero tomar conciencia de que estamos parados en la brecha, discipulando a discipuladores, es la mayor satisfacción que podremos experimentar como padres. Nos posicionara al punto que nuestra alma descansará en paz porque nuestro legado generacional caminara con Jesús en cualquier lugar y circunstancia. Eso es legado.
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