Jesús les otorgó a sus discípulos “el poder de la palabra”. Administrar ese poder es, posiblemente, una de las tareas más difíciles. Cuando habló directamente con Pablo y aun indirectamente con sus apóstoles les dijo: “Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que tú ates aquí en la tierra, también quedará atado en el cielo, y lo que tú desates aquí en la tierra, también quedará desatado en el cielo” (Mateo 16:19 DHH).
Jesús les enseñó que sus palabras cargaban autoridad, sin embargo, aún la Iglesia se ha encontrado por momentos con las manos cruzadas ante el acoso o bullying de esta generación. Hablamos de la influencia de las redes sociales y olvidamos el poder de la Palabra de Dios. Mientras nos quejamos de que nuestros niños y jóvenes son influenciados o manipulados hasta el punto de menospreciarse a sí mismo o a otros compañeros, olvidamos que nuestra fe descansa en una “palabra viva y eficaz” (Hebreos 4:12 DHH).
El bullying es algo que viene atacando nuestras generaciones desde siempre. Sin embargo, en estos últimos años vemos un incremento en nuestra sociedad de traumas y suicidios causados por el dolor de no poder tolerar el acoso. El bullying se alimenta de nuestros miedos, de nuestras tristezas y de la desesperación a querer ser aceptados; por lo tanto, necesitamos que la base de nuestra sociedad, la familia, cree barreras firmes con las cuales ofrezca: compañía, valentía y palabras de empoderamiento espiritual aun desde la niñez.
Según un estudio oficial que se realizó entre enero del 2021 y febrero del 2022 a 50 colaboradores la ONG Internacional Bullying sin fronteras para América, Europa, Asia, Oceanía y África determinó después de haber estudiado a 50 000 colaboradores, los casos de bullying en todo el mundo continúan en aumento. Alrededor de 6 de cada 10 niños sufren todos los días de acoso y ciberacoso (https:// bullyingsinfrontera s . b l o g s p o t . com/2018/10/estadisticas-mundialesde- bullying_29.html).
¿Alarmante verdad? Pero, más alarmante debería ser que nuestros hijos les creen a otros antes que a nosotros. Dejarles saber a nuestros hijos que son amados, valiosos y que pueden con todo lo que se le presente en la vida debería ser lo que ate a nuestros hijos aquí en la tierra. El poder de nuestras palabras debe garantizarles fortaleza en el momento de debilidad. Nuestra voz debe retumbar en sus pensamientos para recibir fuerzas y vencer las tristezas, depresión o acoso. Durante la adolescencia, nuestros hijos comienzan a dudar de nuestras palabras y cuestionar todo lo que le hemos dicho. Sin embargo, la siembra, cosecha y el poder de nuestras palabras trascenderá ese periodo y en el momento de batalla recordarán que nuestras casas siguen siendo su muralla de piedra, donde encuentran refugio, aliento, fortaleza y validez.
A cada padre le corresponde criar hijos empáticos, pero ante la cruda realidad de que no todos crecen igual debemos entonces nosotros fortalecer los nuestros. Mantenga una línea de comunicación afectiva, aliente a sus hijos a ser amables, dé ejemplo de respeto y hable sobre sus sentimientos si está siendo sometido a algún acoso. Valide esos sentimientos de tristeza o vulnerabilidad y fortifique sus fortalezas. Déjele saber que no están solos, que pedir ayuda es de valientes, para que en el momento del acoso sienta que son ellos quienes tienen el poder de huir, alejarse y reportar a alguien de autoridad.
La violencia siempre tendrá poder en el mundo, pero el mundo, comienza en casa; en casa, nuestras palabras atan en el cielo y en la tierra. Que sus hijos duden de sus palabras será una etapa normal, pero que jamás duden de su validez, su lugar indudable y que su puerto seguro es en casa.
Es necesario que cuando hablemos de fe lo digamos con la certeza de que nuestra palabra, viene respaldada por la Palabra de Dios, penetra donde el acoso no llega; el acoso daña la mente y el corazón, pero el poder de nuestra palabra puede llegar al alma y el espíritu. Repitamos hasta el cansancio que “El Señor es fiel, Él los fortalecerá y los protegerá del maligno” (2ª Tesalonicenses 3:3 DHH).
No olvidemos que hay palabras que hieren, pero hay palabras que refrescan, curan, alivian y alientan. Tenemos el poder de transformar el mundo, comenzando con el poder de la Palabra de Dios en casa.
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