El mundo que hoy conocen y viven nuestros niños es uno que jamás había visto la humanidad. Ninguno de nosotros hemos vivido en medio de una situación –que cada vez se complica más y más- en la que los grupos indígenas u originarios, las mujeres, los pobres y marginados, pero, sobre todos, los niños, son víctimas de una indiferencia y falta de atención generalizadas.
Es una situación en la que nadie se hace responsable, todos somos culpables y todos juntos somos los que tenemos la solución. Pondré de ejemplo el tema ambiental para ilustrar lo que quiero describir. Todos sabemos que el mundo es uno y que poco a poco se han ido desgastando las áreas naturales. Los ríos se han ido contaminando más y más. Algunos se han secado mientras que otros fueron convertidos en canales de conducción de desperdicios. Las áreas de bosque han sido el negocio abundante de muchos quienes, entendiendo el valor de sus maderas, han cortado irresponsablemente dichas zonas y han utilizado la madera en la elaboración de muebles, en la construcción o, simplemente, eliminaron los árboles para hacer grandes construcciones en busca de grandes beneficios económicos.
Los lugares de descanso y reproducción de infinidad de seres vivos se han ido reduciendo y sus especies irán desapareciendo. Ni hablar de las grandes tragedias ocasionadas por los grandes incendios en California, el Amazonas y Australia en los recientes años, o las catástrofes vistas a causa de muertos que viven en montañas que se desmoronan a causa de las lluvias en innumerables poblaciones, y cuántas otras tragedias más.
Si hablara del tema económico o político, aún sin ser especialista de los temas, alcanzaría a presentar las graves consecuencias que el deseo de obtención de riqueza, el control político y la falta de planeación han dejado huella en el mundo.
Entiendo que hasta este punto podrá decirme, amable hermano y lector, ¿y esto qué tiene que ver con nuestros niños? La respuesta es muy sencilla. Imagine por un instante un mundo en el cual los adultos que provocamos todo este contexto hubiesen sido enseñados y formados desde pequeños no sólo en el temor de Dios, sino en el respeto por los demás. Enseñados claramente en las formas adecuadas de hacer sin dañar al otro. En el respeto a la naturaleza como creación de Dios y como la casa en la que todos vivimos. En hacer negocios mirando también el beneficio del prójimo. Quizás un poco como la iglesia primitiva que nos describe el libro de Hechos, en la que todos podían vivir sin cargas económicas imposibles gracias al amor aprendido y entendido por los discípulos. ¡Cuidado! No hablo de un estilo de socialismo o comunismo como los que conocemos, sino de una comunidad solidaria y amorosa en la que todos eran bienvenidos y bien tratados.
La pregunta que se me ocurre es ¿cuándo cambió esta comunidad primaria de la iglesia? ¿Les faltó tiempo a los apóstoles para formar el corazón de judíos y gentiles en el amor de Cristo? ¿Por qué la iglesia cambió y dejó de ser como esa iglesia? Pienso que la respuesta es muy simple. En el diseño original de Dios para la humanidad nos dio dosis equilibradas de creatividad, inteligencia, razonamiento y, sobre todo, amor. Desde los inicios de la humanidad reconocemos el talento humano para buscar alimento, cultivar, cazar, preservar alimentos, etc. Todo se desarrolló en base a la necesidad.
La rueda fue excelente opción para movilizar las rocas de las grandes construcciones que tienen siglos construidas. Las armas de cacería fueron esenciales para la supervivencia humana. El uso de animales para cultivar la tierra, etc. Pero ¿en qué mundo se desarrollan nuestros hijos? El de la tecnología que los ha vuelto inútiles, sin criterios más que los de las redes sociales, violentos como los juegos que ahí juegan, avaros y ambiciosos como las historias que ahí se desarrollan. Son los reyes del universo para los padres quienes han dejado de lado la disciplina para su excelente formación. Muchas iglesias asumen erróneamente que los padres creyentes están haciendo la labor que les corresponde de formar a sus niños en la fe, los padres creen que los maestros en la iglesia han hecho su labor. Lo cierto es que ni unos ni otros logran hacer lo necesario y poco a poco se van alejando de la fe.
En los cursos de capacitación que imparto siempre le insisto a los líderes que le dejen claro a los padres que se enfoquen en hacer lo que Dios les demanda, que ellos deben prepararse para conocer a su público: cada niño es diferente no sólo en apariencia, sino en madurez, en la forma en la que aprende, personalidad, etapa de desarrollo que vive, contexto en el que se ha desarrollado, necesidades particulares, etc. ¡No hay dos niños iguales en este mundo!
La esperanza que cada niño en este mundo merece conocer es que hay un Dios que les creó, que los ama y se interesa por ellos, que tiene un padre y una madre que hacen todo lo posible por educarlo, criarlo y apoyarlo para su correcto crecimiento, una familia extendida que lo ama también, una iglesia que quiere verle crecer y ser feliz dentro de una sociedad que le respeta y se interesa genuinamente por ellos. Quien se oponga a este propósito de Dios para los niños pienso que se tendrá que enfrentar a Dios algún día. Lo cierto, amado lector, es que si has llegado hasta este punto del texto quiero que sepas que la esperanza de los niños de la comunidad eres tú ¡nadie más!, así que sigue preparándote para enseñarles, darles testimonio, amarlos, jugar con ellos y, años, muchos años después, ver el resultado de tu labor.
No pienses que alguien más debe hacerlo, porque la humanidad y, en particular la iglesia, se arrepentirá de no haber estimulado a los creyentes a hacer lo que justo te acabo de pedir. Cierra tus ojos y ora por los niños que te rodean pidiendo a Dios sabiduría y la capacidad necesaria para guiarles a ser fieles discípulos de Él.
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