La raíz de todo, una generación sin padre

Por mucho tiempo la sociedad optó por ignorar aquello que provocaba sus problemas, por no querer tratar con sus verdaderas causas; pero ha tenido que comenzar a reconocer el porqué. Vivimos en medio de una epidemia social creciente, la cual puede ser considerada: la raíz de todo, la ausencia de papá en el hogar y sus devastadores efectos en la generación que emerge. Existe una plaga de divorcios y cada vez son más los niños que nacen fuera de un matrimonio, esto los priva de crecer con un papá presente en sus vidas. A esto se suma aquellos padres que mueren, hombres jóvenes perdiendo sus vidas en las calles por la criminalidad, otros por accidentes o enfermedades; jamás pensaron que no estarían para ver crecer a sus hijos.

Dios estableció a la familia como el fundamento para edificar la sociedad, cuando se insiste en construir fuera del diseño la misma se desintegra y desenfrena. Aunque sea difícil de aceptar para muchos, se vive en caos mundial por la falta de padres en los hogares. Tanto los las revistas, como los gobiernos, hablan de la necesidad de revertir la debacle social, resulta necesario rescatar la paternidad. Tal vez no ven la esencia dentro de sus planteamientos, pero han tenido que poner sus ojos en los beneficios del diseño que Dios estableció.

La familia es la célula básica de la sociedad, responsable de una multiplicación saludable, que repercuta en su comunidad, sociedad y nación. El diseño de la familia fue, es y será un matrimonio (hombre=papá + mujer=mamá) e hijos en casa. Sin la figura de padres terrenales que carguen la autoridad de Dios, los niños y jóvenes se encuentran vulnerables, es como estar sin brújula. El padre fue diseñado para traer estabilidad a la familia, dirigir con su ejemplo, guiar y enseñar la diferencia entre el bien y el mal. Corregir cuando es necesario, plantando semillas de verdad en la vida de sus hijos. Cuando el padre rehúsa la responsabilidad que Dios le dio, la ausencia de dirección trae mucha confusión en sus hijos. 

El campo de batalla de la humanidad se encuentra en la mente y comienza con fuerza en niños y jóvenes cuya vida transcurre con la ausencia de papá. Cuando un niño crece sin un papá presente se les hace difícil tener una imagen adecuada de Dios como Padre. Las consecuencias son innumerables desde: económicas, psicológicas, conductuales y mentales. Ser papá no se trata solo de dar vida, es necesario asumir responsabilidad y compromiso. Defender con madurez a esos hijos, nutrirlos, brindarles presencia física, personal, emocional y espiritual.

Otro punto para considerar es como la llamada “educación contraceptiva” socavó los principios del pacto matrimonial como el diseño para construir familias y procrear hijos. Al no existir un compromiso real entre hombre y mujer, resulta en una responsabilidad igualmente disminuida sobre los hijos. Lo cual se evidencia en inestabilidad de carácter, conducta, desempeño escolar, falta de confianza, uso de sustancias controladas, trastornos emocionales y mentales en niños y jóvenes. Y a esto se le añade la incapacidad de formar familias, por el desconocimiento de lo que ese diseño pretende. De esta forma quedan atrapadas generaciones, repitiendo ciclos que las sumergen en abismos de abandono, dolor, frustración, entre otros.

Emerge una generación huérfana, que crece sintiéndose rechazada y que no encuentran sentido a sus vidas. Uno de cada 4 niños crece en hogares donde papá no está y esto les dificulta encontrar su identidad y vivir en su propósito. Si realmente queremos trabajar para disminuir problemas como la pobreza, el suicidio, las enfermedades mentales, las violaciones, la criminalidad, la deserción escolar, los vicios, la promiscuidad, el aborto y aun el anti-diseño de la convivencia versus el matrimonio, es necesario sanar a estos pequeños que carecieron de la figura paternal. Es la forma en que rescatamos la paternidad, haciendo que se levanten jóvenes que, aunque tuvieron dicha carencia, decidan tomar la responsabilidad que Dios les confía y ser figuras presentes en la formación de sus generaciones.

Rescatar a estos futuros padres es apremiante, los gobiernos han tenido que reconocerlo, pero le corresponde a la Iglesia direccionarlos a su sanidad en Dios. Las heridas y carencias del alma solo pueden sanar con el amor del Padre por excelencia. Nos corresponde anunciarles las buenas noticias que los harán libres del profundo dolor que les ha provocado vivir con la ausencia de papá; acompañarlos en el proceso de reconocer al Padre, cuyo amor sano y les hace hijos.

Tengamos la óptica de Dios

• No aceptemos la mentira de que hay diversidad en la composición familiar, solo hay un diseño, todo lo demás está tergiversado e incompleto y así tenemos que verlo.

• No podemos ver como normal un anti-diseño y es necesario reconocer que trae consigo carencias y dolor. Que deforma las vidas y las mentes, les nubla su identidad y les aleja de su propósito.

• No es juzgar o señalar a aquellos que viven con la carencia de la figura paterna en su hogar, sino restaurarlos para que Dios complete (a través de Su Paternidad) aquello que les falta.

 

La restauración de sus vidas traerá como consecuencia la construcción de futuras familias bajo el diseño de bienestar; por consiguiente, la transformación de la sociedad y la Nación.

“Pero a todos los que le recibieron y confiaron en Él, les dio el derecho de renacer como hijos de Dios.” Juan 1:12 (The Voice)

 

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